La niña, que dudo que llegara a los 17, movía su pompis (bello, no se puede negar) por toda la sala bajo la infatigable mirada de Manolo, que babeaba y ardía por dentro a ojos vista. La jodida selva amazónica se quemaba, en frenética combustión, bajo la bragueta de aquel molusco mientras ella, jijí, jajá, echaba más y más madera al horno genital. Manolo Kabezabolo, ese anarca desdentado y su vómito social. 'Okupa' de ningún lugar. Maestro del graznido. Un genial pirao de la vida, vamos. Ahora entenderéis muchas cosas.
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