Seguramente no nos conozcamos, y le ruego disculpe mi intromisión. Jamás pensé que llegara a necesitar comunicarme con usted, y aún menos de esta forma tan vulgar, pero las circunstancias lo requieren. Pues si está leyendo este correo, tengo la seguridad de que he sido asesinado, o puede que algo peor.
Déjeme explicarle el porqué de mi misiva, pues es de crucial importancia para la supervivencia de nuestro mundo. Así pues, le ruego su completa atención.
Puede que conozca usted al respecto el pensamiento de Platón, Aristóteles o incluso Zhuangzi. Quizá el del dualismo de Descartes, o el solipsismo Gorgiano. Pero con toda seguridad, no conocerá el de la revelación de Ptahhotep, pues aunque todas las personas relevantes en la historia de la humanidad se hayan regido por sus instrucciones, nosotros nos encargamos de que su más trascendental texto no viera la luz. En cualquier caso, la literatura es amplia al respecto. Incluso las artes modernas han tratado el tema, de modo que la idea es conocida y aunque en última instancia parezca indemostrable, usted ya habrá elegido su posición. Puede que sea creyente y no necesite de una demostración, puede que crea fervientemente que vive en un sueño de Brahma o que su Dios no le engañaría a usted. Puede que no le importe si duerme o vive despierto, pues nada puede hacer para cambiarlo.
Pero sea cual sea su postura, lo que tengo que contarle le concierne. Salvo, claro está, que desee usted la destrucción de todo cuanto conocemos, en cuyo caso le deseo la peor de las suertes y espero que deje de leer ahora mismo.
Vive usted un simulacro.
Se lo demostraré, lógica y empíricamente. Sólo es un detalle de cortesía, pues la principal decisión que debe tomar cuando termine de leer esta carta no debería verse afectada por su aceptación o rechazo de la veracidad del conocimiento que le transmito.
La demostración lógica, aunque profunda, es bien sencilla. Quizá ya conozca un caso particular, el conocido trilema de Nick Bostrom, que afirma que al menos una de las siguientes proposiciones es verdadera:
1. La fracción de civilizaciones humanas que pueden alcanzar la capacidad de simular antepasados fielmente es muy cercana a cero; o
2. La fracción de aquellas civilizaciones interesadas en dichas simulaciones es muy cercana a cero; o
3. La fracción de las personas que están viviendo en una simulación es muy cercana a uno.
Pero esta es una visión antropocéntrica, y por lo tanto fuertemente sesgada y miope, que pusimos en conocimiento del público general precisamente por sus carencias. No tan conocida es la versión generalizada de la que esta se extrajo, el teorema IGLESIA (Information Gain from Life Entities Simulation performed by Intelligent Agents):
1. Los seres vivos disminuyen localmente la entropía.
2. Los agentes que buscan ganancia de información, buscan descensos de entropía.
3. La ganancia de información obtenida de una simulación es indistinguible de la real.
Y sus tres corolarios:
1. La simulación de seres vivos es una forma eficiente de ganar información.
2. Existe un número de simulaciones de seres vivos creciente en el tiempo.
3. La probabilidad de que un ser vivo esté viviendo una simulación es muy cercana a 1.
Nótese el uso del tiempo verbal presente en el corolario 2. Aunque rudimentarias, usted mismo realiza simulaciones de seres vivos en su propia mente cuando intenta predecir las acciones de otros seres vivos.
Cualquiera entiende intuitivamente que un gusano es más interesante que la tierra por la que se mueve.
Es fácil de entender por todos de forma natural, que una especie curiosa acabará desarrollando e incrementando las capacidades necesarias, tecnológicas o no, para satisfacer su propia curiosidad.
Que la simulación es una forma muy eficiente de adquirir esa información es evidente en la era de la información en la que vivimos, aunque como ya le expuse, llevamos simulando seres vivos en nuestras mentes desde que existimos como especie. En un universo en el que la entropía decrece en los dominios de los seres vivos, simular seres vivos para estudiarlos es una estrategia ganadora.
Habrá deducido, pues, que no es cuestión de saber si es usted un improbable afortunado que no vive en una simulación, sino cuántas capas hay por encima suya hasta llegar a la realidad física. Lo que sabemos de forma empírica los miembros de la Rueda de Jnum, es que al menos hay un nivel más.
Por otro lado, puede que le esté aburriendo con esta disertación lógica, que sea usted lego en estas materias, o que por el contrario sea un experto y tenga la ilusión de haber encontrado un contraargumento válido al teorema IGLESIA (permítame que lo dude, pues ninguno de los nuestros lo ha encontrado). En cualquier caso, como le prometí, conozco las pruebas empíricas de que hay al menos una capa por encima nuestra. Déjeme que le cuente una historia.
En el alto Egipto, durante el reinado predinástico de Narmer, a principios de la Gran Sequía, llegaron desterrados de Sumeria tres sabios ancianos. Sus conocimientos sobre astronomía, matemáticas e ingeniería eran asombrosos, incluso para los miembros de la cultivada corte del rey. Viendo el enorme beneficio que podían aportar al reino, el nomarca convenció a Narmer de recibir a los sabios y aceptarlos como miembros en la corte.
Con la ayuda de los tres sabios, se construyeron ingeniosas obras de irrigación que permitieron la subsistencia durante los primeros años de la Gran Sequía. Pero los sabios tenían un plan. Sabían que la mera supervivencia no era suficiente para Narmer; el rey soñaba con la unificación de Egipto. Lo que Narmer necesitaba era un reino que no dependiera de la impredecible y entonces escasa lluvia. Sus fértiles tierras necesitaban un continuo flujo de agua para mantener un reino próspero y un ejército poderoso.
Y así, bajo la dirección de los tres sabios, comenzaron la construcción de las más fabulosas infraestructuras de irrigación conocidas hasta la fecha. Se construyeron millares de pozos, majestuosos canales, imponentes diques…y poderosas bombas de ariete. Narmer consiguió la unificación de Egipto, iniciando la dorada era de los faraones. Y los sabios consiguieron plantar la semilla de su gran proyecto, pues convenientemente, las bombas se fracturaban con frecuencia por la presión vertical. La única forma de evitar estos continuos e inconvenientes accidentes, aseguraron, era sepultarlas bajo un gran peso. Se inició pues la construcción de las pirámides.
Pero ya que estaban obligados a realizar tan monumental tarea, ¿por qué no aprovechar y proyectar la majestuosidad del nuevo imperio y la de su guía, el faraón, como un sol en lo más alto de la mayor de todas ellas, en la cúspide de la Gran Pirámide?
No sabemos la manera en que lo consiguieron, pero los tres sabios trajeron consigo el conocimiento necesario para construir la primera antena. Las bombas de ariete bajo las pirámides que trajeron la prosperidad al reino y la iluminación de la cúspide dorada de la Gran Pirámide que elevó a los monarcas al nivel de dioses, no eran más que concesiones necesarias que tuvieron que hacer para alimentar las ansias de gloria Narmer y sus descendientes. De este modo consiguieron su cometido, y los sabios y sus descendientes pudieron usar la antena para sus propósitos. Esto fue así hasta el reinado de Jnum Jufu, que selló la entrada de la Gran Pirámide.
Se preguntará por qué le acabo de contar esta historia. Pues bien, yo soy, o más bien era, dadas las circunstancias, miembro de la Rueda de Jnum. Habrá escuchado las más variopintas historias sobre los Illuminatis, la Masonería y otras sociedades ocultas convenientemente entremezcladas con historias de alienígenas, magia y otras ridiculeces. Nos encargamos apropiadamente de ello. La Rueda gobierna en la sombra con mano de hierro.
La Rueda descubrió lo que hacían los tres sabios, y dada la importancia de su tarea, decidió tomar el relevo. La Gran Pirámide fue el primer artefacto con el que pudimos comunicarnos con los Simuladores. Desde entonces aprendimos otros métodos de acceso menos aparatosos a las frecuencias prohibidas, los canales de sondeo y comunicación que los Simuladores programaron en nuestro mundo. Es por eso que durante el reinado de Jufu decidimos clausurar la Gran Pirámide y darle otros usos.
Pronto descubrimos el cruel e implacable final que nos depara a todos si dejamos de servir al propósito de nuestra frágil existencia. Si dejamos de proporcionar información relevante a los Simuladores, seremos Desconectados.
Desde entonces les ofrecemos las más épicas historias, la flora y fauna más variopinta, los más sesudos tratados filosóficos, las más cruentas y emotivas guerras, las más preciadas obras de arte, los cultos más fervorosos, las construcciones más grandiosas, las composiciones musicales más exquisitas, y la más avanzada ciencia. Pero siempre acaban por aburrirse. Siempre desean más.
Y llegamos al día de hoy, en el que la Rueda ha decidido, contra mi voluntad, conectar a las frecuencias prohibidas la más avanzada inteligencia artificial que hemos sido capaces de crear. Craso error inducido por la desesperación, pues si no es de su agrado, nos desconectarán al entender que no podemos dar más información por nosotros mismos, habiendo delegado nuestra tarea a otra entidad que no les satisface. Y si acaba siendo de su agrado ¿por qué iban a seguir gastando recursos en simularnos, en lugar de replicar la inteligencia artificial que les provee lo que quieren?
Es por eso que me sentí obligado a salir de La Rueda y poner en conocimiento del mundo nuestra situación, aún a riesgo de mi propia vida. Mi visión es que ha llegado el momento en que La Rueda no puede seguir llevando este peso sola. El advenimiento de internet y la globalización es una oportunidad de oro para mantenernos con vida unos siglos más aprovechando la circulación de una cantidad cada vez mayor de personas e información.
Si ha llegado hasta aquí, se preguntará qué le pido que haga usted al respecto, dado el poder de La Rueda. Lo que le propongo no le costará a usted la vida, como probablemente haya sido en mi caso. Antes bien, el riesgo para usted es mínimo y el beneficio podría ser máximo. De modo que, como ya le dije, su actuación debería ser independiente de su aceptación o rechazo de la veracidad del conocimiento que le acabo de transmitir. Al menos, repecto al primer punto de mi proposición, que es la siguiente:
1. Difunda este escrito a cuantas personas pueda.
2. Exija la apertura de la entrada de la Gran Pirámide. El que no crea en este texto, sin duda creerá entonces.
3. Sean cuales sean, comparta sus creaciones y descubrimientos con el resto de la humanidad. La vida nos va en ello.
Se despide, deseándole la mejor de las suertes,
Justo Sfumare Benjumea.