Su diseño no era para tirar cohetes, pero todos queríamos aquellas zapatillas blancas con sus tres bandas azules, su puntera perforada y esa llama olímpica en su logo. A resistentes no le ganaba ninguna otra marca y con su pedazo suela podíamos estar seguros de no clavarnos nada. Aunque nos costara unos cuantos “Mamá, quiero unas J’Hayber“ sabíamos que, por su precio, podían caer algún día, algo impensable para otras marcas como Adidas y Nike de las que empezábamos a oír hablar en nuestros sueños.
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