Hace unos meses desapareció mi banco preferido en la calle Cervantes. Solía sentarme allí por las noches después de trabajar, especialmente cuando venía el buen tiempo. Algún burócrata del Ayuntamiento de Madrid consideró que ese no era un buen lugar para él y se lo llevó de un plumazo. Pregunté a la pizzería de enfrente cuál había sido su destino y se limitaron a decir que un día estaba allí y la mañana siguiente se había esfumado.
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