Las calles de Madrid se han convertido en uno de los pocos lugares del mundo donde es más fácil acceder a una cerveza que a un trago fresco de agua. Las fuentes para beber desaparecen, y el acceso al líquido vital queda relegado a la compra de un producto envasado y encarecido, una alternativa de negocio para un servicio público prioritario por su interés colectivo.
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