Y ahí, mientras tratabas de cruzar Cibeles al volante de tu taxi, te diste cuenta. No sólo os sorbieron el cerebro: también os lo han retorcido. Lo viste en aquel chico que se plantó delante de tu taxi y te obligó a frenar. “Si no pitas no pasas” te gritó eufórico a la vez que ondeaba la bandera de un equipo de fútbol. Ese chico y otros cientos que, en conjunto, rodeaban la plaza se creían triunfadores, orgullosos, felices: como en posesión de la verdad absoluta. Y eran jóvenes, como tú...
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