Los antiguos romanos tuvieron hábitos cambiantes sobre la barba. El primer afeitado de un joven se tomaba como un rito de iniciación a la virilidad. El oficio de barbero podía ser muy lucrativo, pero algunos iban de pleito en pleito a causa de su práctica chapucera. Más allá de las barbas cortas, largas o ausentes, algo asustaba a los romanos: la alopecia.
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