En 1784, el entonces embajador de los Estados Unidos en Paris, Benjamín Franklin, observó que durante el verano, los franceses dormían por la mañana cuando el sol ya había salido y que, por la tarde, tenían que encender velas y lámparas para iluminar sus casas. Eso comportaba un absurdo gasto que podían evitar si cambiaban los relojes una hora. Como todavía no existía la “hora oficial”, el inventor americano propuso que, al cantar el gallo, se dispararan salvas de cañones para despertar a los dormilones.
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