El otro día leía en el Nótame un debate acerca del teletrabajo, con sus pros y sus contras. Como siempre, se mencionó la posibilidad de hacerlo en pijama, lo de que no te controlen y la cercanía de tu propia nevera (siempre mejor provista que la de cualquier oficina en las que he estado) y quería compartir con vosotros mi experiencia.
El pijama es un estado mental
Los primeros días yo también me lancé con frenesí a trabajar en pijama pero hete aquí que las tareas laborales me daban cada vez más pereza. Necesitaba algo, un “viaje” que me cambiara el cerebro de la posición “desayuno” a la posición “trabaja como si te fuera la vida en ello”. Yo lo solucioné duchándome después de desayunar como hacía cuando iba a una oficina y cambiándome de ropa.
Tengo compañeros que me dicen que se ponen los vaqueros y las playeras como si fueran al trabajo normal pero me temo que yo no soy tan radical y apuesto por un chándal que me da comodidad y calorcito en invierno. En verano tengo la misma rutina y ya no trabajo en pijama más.
La organización es fundamental para que el trabajo no inunde toda tu vida
Trabajar en una oficina es fácil: llegas, haces tu numerito y te vas. Sí, yo también antes me traía trabajo a casa pero eran los menos días. Nunca me dieron las doce de la noche en la oficina acabando tareas, pero sí que me han dado muchas veces esas horas desde que teletrabajo.
La clave para evitar que la marea del trabajo inunde toda mi vida ha sido organizarme las tareas. Por las mañanas me apunto en un cuaderno los imprescindibles que tengo que hacer ese día y los opcionales (que serían tareas con plazos de entrega más amplios). Al final del día tacho lo que he hecho y me organizo lo del día siguiente, actualizando si me ha entrado algún marrón nuevo (cosa que es sorprendentemente habitual en estos días de verano cuando todos los clientes quieren tener todo revisado antes de irse de vacaciones).
Además me hago trampas a mí mismo y me pongo actividades por las tardes para tener un horizonte para finalizar el trabajo (me ha funcionado muy bien apuntarme a natación por las tardes). De este modo, sé que tengo que acabar a una hora sí o sí y me doy más prisa.
Estoy perdiendo habilidades sociales
Hay mucha literatura sobre cómo los que trabajamos en casa perdemos habilidades sociales (mi favorito es el cómic de “Memorias de un hombre en pijama” de Paco Roca) y un poco avergonzado os confesaré que reflejan bastante mi realidad y la de mis compañeros que teletrabajan. Al cabo del día, si no quedo con amigos, mis interacciones se limitan a las de ir a la compra, las del gimnasio y mis padres y a veces tengo la sensación de que eso me va mermando las habilidades sociales.
Lo que hago para evitar que me echen de la sociedad es hablar con compañeros y amigos a través de Slack, Twitter o similares (en el Nótame solo entro a lurkear, tampoco me da la vida para más). Y de nuevo me pongo trampas para ver a gente en 3D más allá de las inevitables reuniones con clientes (a las que no voy en chándal).
Me he rendido a tener la casa como si trabajara fuera
Cuando trabajas en casa todo el mundo piensa que deberías tenerla muy ordenada, las lavadoras al día y la plancha sin que se te acumule, y al principio sí que me dediqué a poner lavadoras entre tareas. La cosa es que si te paras a poner la lavadora te rompes el ritmo de trabajo, tardas más y pierdes media tarde, así que me he hecho a la idea de que estoy en una oficina y que en casa solo hago tareas en los horarios en los que las haría si estuviera en una de verdad. Es lo que hay.
Otra cosa muy golosa es que te encalomen tareas mañaneras con eso de que estás en casa. Tareas como ir a la tintorería, bajar a comprar tomates o a recoger este paquete de Correos porque “hay menos gente por la mañana”. Pues bien, os diré una palabra que os será muy útil en estas situaciones: NO. Decid no a estas tareas que no solo os rompen el flow sino que además os retrasan hasta límites insospechados. Eso sí, no tengo inconveniente en esperar al mensajero de Amazon porque, total, estoy aquí todo el día…
¡Pero puedes trabajar desde donde quieras!
Esta es otra de las ventajas a las que todo el mundo alude, imaginándome con el portátil debajo de una palmera en su playa favorita, cuando la realidad es otra, queridos amigos: nos gusta ir a sitios y NO trabajar. No os negaré que me llevo el ordenador cuando voy de viaje pero en la medida de lo posible intento no abrirlo a no ser que se esté quemando el mundo.
Sí, me cojo menos vacaciones que el resto de los mortales (aunque más que Cifuentes) y no tengo que avisar a nadie de que no estoy a no ser que un cliente me reclame algo mega urgente. Pero lo cierto es que prefiero trabajar desde casa y ya si eso en los viajes aprovecharlos para viajar y ver mundo lejos de mi pantalla. Llamadme loco.