Helena -nombre ficticio- trabaja como limpiadora en un hotel. Ella y sus compañeras comparten e intercambian a diario medicamentos, calmantes sobre todo. Algunas hasta los complementan con Red Bull. “Decimos: ‘A ver quién trae las pastillas azules o algo para la espalda’. O: ‘¿Qué llevas hoy por ahí?”, admite resignada. Dice que no tienen otra opción que esa para aguantar la carga de trabajo, que se ha incrementado notablemente durante la crisis. Las llamadas camareras de piso tienen que limpiar hasta 25 habitaciones diarias y hacer 50 camas.
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