Todos los rumores sugerían lo mismo: que durante los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial, cuando miles de perseguidos por el nazismo desafiaron los elementos cruzando los Pirineos, algunos se encontraron en Andorra con algo que interrumpió bruscamente su huida. Algo muy turbio. Se hablaba de asesinatos, de masacres. De fosas olvidadas. De muertos que aún hoy yacerían bajo las rocas y la nieve. De oro y de joyas arrebatadas a los desesperados. De guías sin escrúpulos que asesinaban o abandonaban a quienes les habían confiado su vida.
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