Algunos arquitectos de los buenos creen que antes de trazar los caminos y viales de una urbanización o de un conjunto, cono un Campus Universitario o un parque recreativo, se debe dejar un tiempo para que la gente trace con sus pasos sus propios senderos. Curiosamente, estos casi nunca son rectos y, curiosamente, generan una red muy difícil de superar en eficiencia.
Nosotros no siempre sabemos por qué la gente va por dónde va, pero ellos sí lo saben. E incluso cuando tampoco lo saben, tienen en realidad sus motivos. Nosotros creemos haber estudiado la eficiencia y la conveniencia de todos, pero basamos nuestras conclusiones, demasiado a menudo, en nuestros propios intereses y prejuicios. Por eso la libertad se fundamenta en la observación, o debería basarse.
Este método, a la postre tan eficiente, debería extender, en mi opinión, a la generación de leyes. Podemos hacer todos los juicios de valor que estimemos oportunos, pero si de veras creemos en una sociedad más abierta, deberíamos hacer que las leyes siguieran los senderos trazados por lo que la población ya hace, lo que desea hacer, y lo que considera aceptable.
Claro está que hay que grabar las externalidades (esa manía tan liberal de privatizar los beneficios y socializar los costes), pero fijar caminos rectos porque sí, determinar puntos de paso obligatorios y levantar barreras innecesarias porque nuestra religión política, nuestra ética, o nuestras creencias nos lo exigen, no es construir un parque mejor ni una sociedad mejor.
Os pongo dos ejemplos enfrentados. ¿La gente fuma marihuana? ¿Conoce sus efectos? ¿No convierte a los demás en fumadores pasivos ni en ahumados involuntarios? Pues no debe estar prohibidos ni su venta ni su consumo. ¿La gente va de putas? ¿es un intercambio entre personas adultas y sin coacciones? pues que cada cual venda su mente, sus manos, su pene o su vagina como mejor entiendan.
El problema está siempre en las coacciones. Y en aprovechar el poder, cualquier poder, para imponer sus valores morales al resto. Y es tan sencillo como aprender de quienes observan los senderos que espontáneamente se forman en el césped.