Reducidas a simples esclavas. Así trabajan miles de empleadas domésticas en los países de Oriente Próximo. Sus jornadas duran desde que sale el sol hasta bien entrada la noche. Duermen en camastros improvisados. Cobran salarios irrisorios y no tienen derechos laborales. Aisladas en chalés de lujo o en viviendas, sufren maltrato físico y otros abusos.
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