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A las cinco de la tarde [artículo eliminado de ElDiario.es]

[Artículo de Guillem Clua publicado el 7 de septiembre en El Diario, eliminado y recuperado de Archive.org]. For the record.

  • A las cinco de la tardeCuando la agresiones pasaron de puntuales a habituales y de habituales a diarias, otro de ellos dijo que claro, que qué esperan, si van por ahí provocando, (lo mismo que con las pavas, que si no quieren problemas no deberían beber tanto ni ir enseñándolo todo, que uno no es de piedra)

Manifestación en Madrid en protesta por el asesinato de Samuel Luiz / OLMO CALVO OLMO CALVO

7 de septiembre de 2021 22:27h

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Han quedado el domingo por la tarde. Es probable que entre semana lo tengan más complicado. Al fin y al cabo, son ocho. Si quieren verse todos juntos, tiene que ser el domingo por la tarde, cuando la mujer está con los críos y a uno le dejan un rato tranquilo. Me bajo al bar, le habrá dicho, y ella no le habrá pedido más explicaciones. El domingo por la tarde, cuando las horas vacías le pesan más que nunca a otro y retumban hasta hacerle enloquecer contra las paredes de su vida vacía. Suena el interfono. Bájate, que hemos quedado todos juntos. El domingo por la tarde, que hoy no hay partido y mañana curro, habrá dicho otro. Y tráete al tal o al cual, que seguro que se lo pasa bien con nosotros. Porque se lo van a pasar bien, eso seguro. Los ocho juntos.

Hace tiempo que lo están planeando. Algo así no se improvisa. Hay que trazar un plan preciso. No es como esos que salen de fiesta y se les va la noche de las manos, no. Esto lleva semanas en cocina. Empezó con un comentario inocente en el bar, ya no recuerdan cuándo ni por qué. Algo sobre los maricones esos. Que ya estoy hasta los cojones, que salen hasta en la sopa, joder, que no puedes poner una serie o una película sin que te salgan dos pavos morreándose, qué puto asco. ¿Quién lo dijo? Nadie lo recuerda y tampoco es que importe, porque todos a su alrededor asintieron, es que ya está bien, si al final los raros vamos a ser nosotros. Y la cosa seguramente se habría quedado ahí si no fuera porque los que asentían no eran solo los amigos que compartían cañas en ese bar, sino que les daban la razón día tras día, tertuliano tras tertuliano, entrevista tras entrevista, en la tele, en la radio, en Twitter (mira lo que ha dicho tal) y en Whatsapp (mira lo que me ha mandado cual).

Uno de ellos seguramente se indignó cuando le contaron que a su hijo de cinco años le querían montar talleres sexuales en su escuela, que iban a ir 'drag queens' a clase a decirle que no tenía que ser un niño, que querían convertirlos a todos en maricones, que eso es lo que quieren, te lo digo yo. Otro se cagó en todo cuando volvieron a cerrar el centro de Madrid para la manifestación esa de los gays, que se suben a las carrozas a exhibirse medio desnudos y luego dejan la ciudad hecha un asco, que oye, que a mí me da igual lo que hagan en su casa, pero no hace ninguna falta que me lo restrieguen por la cara. Que se vayan a la Casa de Campo, que ahí no hacen ningún daño y están fuera de la vista. Y luego, cuando la agresiones pasaron de puntuales a habituales y de habituales a diarias, otro de ellos dijo que claro, que qué esperan, si van por ahí provocando, (lo mismo que con las pavas, que si no quieren problemas no deberían beber tanto ni ir enseñándolo todo, que uno no es de piedra) pues por qué cojones tienen que ir con las banderitas, o las uñas pintadas o con rimmel y pelucas, que eso no es normal y encima se creen que son mejores que nosotros. Superioridad moral. Es que van pidiendo a gritos que les rompas la cara.

Pero ellos no lo hacen. Todavía no lo hacen. Pero no se escandalizan si alguien sí lo hace. A quién no se le ha calentado la boca y se le ha ido la mano. Pues lo normal. Somos hombres y nuestros impulsos son difíciles de controlar. Si no lo entiendes, es que no eres hombre. No uno de verdad. Y se ríen cuando esas mismas palabras las pronuncia Arévalo en Tele5, que ya no le dejan hacer chistes de mariquitas y gangosos en ningún sitio, pobre tipo, porque hoy ofendes a todo el mundo. Vivimos en una dictadura de lo políticamente correcto. Ya no se puede decir nada.

Pero alguien lo dice. Fuerte y claro. Y han montado un partido. Y oye, no tienen pelos en la lengua. A ellos no los calla nadie. ¿Has oído lo que ha dicho Ortega Smith? Que no existe violencia de género, que eso es un invento de las feministas y los podemitas para montar chiringuitos y vivir del cuento. Siempre ha habido tíos que han zurrado a sus mujeres. Lo normal. Pero nosotros no, nosotros no somos de esos. 'Not all men'. Pero nos quieren hacer creer que sí, que todos somos iguales.

De repente los ocho ya no se sienten solos en la barra del bar, ahora tienen un partido que les escucha y les da la razón, que les dice que su mundo no es antiguo y sus referentes no son obsoletos, que su ignorancia es legítima y su odio tiene toda la razón de existir y de crecer y de expresarse. Y así van pasando los días, las semanas y los meses, y con cada día, cada semana y cada mes el odio va germinando y echando raíces, cada vez más profundas y más oscuras, hasta que un día ven a un chaval cogido de la mano de su novio y uno de ellos se envalentona: ¡MARICÓN! Y las risas, esas carcajadas depredadoras, más ladrido que alegría, estallan en la calle como un coche bomba, hasta que los chicos dejan de agarrarse y apresuran el paso temiendo lo peor.

Es una victoria sin sangre, pero pueden sentir su sabor en sus fauces. Han ganado por fin. Tras tanto tiempo de quejas sordas y agazapadas en sus madrigueras, por fin se sienten en el lado correcto de la historia, como dice Díaz Ayuso en una entrevista. Que nos llamen fachas si quieren, pero al menos sabemos gestionar bien. Eso lo dice el alcalde de Madrid que gobierna gracias a los votos de Ortega Smith. Y si tanta gente importante les da la razón, pues tan equivocados no estarán.

Cada vez se sienten más valientes y salen a la calle no como aquel que las ha conquistado, sino como el que siente que las ha recuperado. La calle fue suya durante mucho tiempo. Lo dijo un exministro de Franco cuando ya era ministro de una democracia. La calle es mía, dijo. Y ellos sienten que algo de ese espíritu vive en ellos. Y al primer insulto que gritaron le siguen otros. Y luego algún empujón, o un "y tú qué miras", o un "deja de grabar, maricón".

Esa frase no la dijeron ellos. Eso pasó en A Coruña en pleno verano. Todas las televisiones, ávidas de noticias, se vuelcan en el asesinato de Samuel Luiz como perros sedientos a la fuente. Y escuchan a respetables periodistas y analistas decir que no nos precipitemos, que no pueden asegurar que se trate de una agresión homófoba, que dónde está la presunción de inocencia, que maricón es un insulto muy común y que cómo iban a ser homófobos los que le pegaron si ni siquiera le conocían. Ha sido una pelea de borrachos. De nuevo, cosas de hombres. Hay que ver cómo son esos chiquillos.

Hubo detenciones y alguno de los ocho se asustó cuando vio que las acciones tienen consecuencias. Pero otro le tranquilizó. Eso les pasa por improvisar. Si se hubieran organizado bien, no habría tenido mayores consecuencias. Porque ellos tienen la razón. Muchísima gente piensa como ellos, pero no se atreven a expresarlo en voz alta. Y en ese momento alguien lo sugiere. Quedar un día y hacerlo bien. Total, ¿qué es lo peor que les puede pasar?

Seguramente no lo harían si hubiera una ley LGTBI que incluyera un régimen sancionador severo contra aquellos que cometan delitos de odio y que no se quedara en buenas palabras y papel mojado porque muchas autonomías no tienen presupuesto ni interés en aplicarlo; no lo harían si el la policía estuviera preparada para atender agresiones contra el colectivo con unidades específicas; no lo harían si el sistema judicial no estuviera trufado de magistrados que todavía preguntan a la víctima de una violación cómo iba vestida; no lo harían si nuestro cada vez más precario sistema educativo hubiera gozado del consenso de todos los partidos democráticos para enseñar unos valores básicos de convivencia y diversidad en las escuelas; no lo harían si el gobierno más progresista de la historia dejara de vivir en la complacencia de haber aprobado la Ley del Matrimonio Igualitario hace más de 15 años y se preocupara de blindar de una vez por todas la protección de gays, lesbianas, bisexuales y sobre todo transexuales; no lo harían si los programas de máxima audiencia no dieran un altavoz a tertulianos que niegan que un asesinato a grito de maricón sea homófobo o replicaran con contundencia cuando un señor de Vox asegura que la violencia contra mujeres y homosexuales va al alza por culpa de la inmigración; no lo harían, en definitiva, si ese comentario jocoso de hace un tiempo, que nació como una broma en la mente de uno de ellos, no se hubiera esparcido por todos en una metástasis desbocada y alimentada por el miedo y la ignorancia de unos y las estrategias electorales de otros.

Pero llega un domingo por la tarde y lo hacen. Uno ha comprado ocho pasamontañas, uno por cabeza. Y han salido a la calle a plena luz del día. Así de impunes se sienten. Y han ido a Malasaña, que allí seguro que encuentran a un maricón. Y se han fijado en uno que camina solo con su móvil. Y han ocultado su rostro, como hacen los cobardes, y se han lanzado sobre él. Le han metido en un portal y le han partido el labio de una hostia. Unos le agarran. Otros vigilan que nadie se acerque, que nadie baje por las escaleras. Y le bajan los pantalones. Y el chico llora y grita y trata de golpear, de despertar, de ser otro, pero no puede, no le dejan, porque ocho hombres han decidido que tiene que pagar por ser quién es. Y le bajan los calzoncillos. Y le llama maricón, pero esta vez siente que no le basta con decirlo, porque el placer del insulto es demasiado efímero. Y saca una navaja. Y todo ese odio se transforma en sangre.

A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Las heridas quemaban como soles y el gentío rompía las ventanas. Así termina uno de los poemas más populares de Federico García Lorca ('Llanto por Ignacio Sánchez Mejías'). A él lo mataron por rojo y por maricón. Los asesinos de entonces eran los mismos de hoy, pero con otras caras y otras armas. Y si no hacemos algo inmediatamente, habrá más víctimas. Como Federico. Como Samuel Luiz. Como tantos otros que estamos en peligro de muerte porque nos hemos convertido en objetivo de un grupo de terroristas. Porque eso es lo que son: un grupo organizado y uniformado que planea la eliminación de un grupo de personas, amparado por un partido político que los legitima. Y empieza a ser hora de que se los trate como tales. Rompamos las ventanas y empecemos a señalarles como lo que son.

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