El anfitrión de la cumbre del G-8, Silvio Berlusconi, creyó que la decisión de trasladar el encuentro a esta tierra herida le haría más popular, pero ha sucedido lo contrario. La población ha visto con incredulidad cómo las obras necesarias para acoger a los líderes se acometían con rapidez la carretera que une el aeropuerto más cercano con la sede del G-8 se reparó en 24 días, mientras que ellos ni siquiera cobran todavía la ayuda que el Gobierno de Berlusconi les prometió para pasar el mes.
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