Al día siguiente el hedor, una amalgama de orín, mierda y calimocho con cerveza, el pestazo repugnante, se podía oler desde mitad de Pío XII y eso que por la mañana los servicios de limpieza se encargan de fumigarlo todo con lejía. Pero es igual. La sinrazón se apodera momentáneamente de Pamplona y consigue convertir una fiesta vistosa y divertida en una Sodoma y Gomorra versión cutre, en la que el turismo que genera no da ingresos, y lo poco que genera se dilapida con creces en eliminar su huella de vómitos, heces y basura doquier.
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