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El laboratorio griego

Hitler conquistó el poder, entre otras cosas, porque fue el único que garantizó lo que más precisaba el pueblo alemán, orgullo. El país había capitulado tras la Primera Guerra Mundial pactando unas condiciones imposibles que la hipotecarían prácticamente durante todo un siglo. Con el Tratado de Versalles, el derrotado pueblo alemán, asumía algo más que un descenso de categoría en el concierto mundial; formalizaba su “humillación” ante el mundo. Loco pero astuto, Hitler rompió todo aquello porque supo devolver el orgullo al pueblo.

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