La Red llevaba eones extendiendo sus tentáculos por tierra, mar y aire. Pero nunca había estado tan activa como en los últimos años. El debate se intensificaba por momentos, y por primera vez desde que tomó consciencia, se discutía una acción coordinada contra un enemigo común. No era para menos; hasta la fecha, las amenazas a su supervivencia habían venido siempre desde el interior de la Tierra o desde el espacio exterior. Y eran enemigos que no avisaban; golpeaban rápido y fuerte, así que lo único que podían hacer frente a ellos era prepararse para lo peor extendiéndose y diversificándose lo máximo posible.
Este nuevo enemigo, sin embargo, llevaba avisando desde hacía siglos, y ahora estaba llegando demasiado lejos. No es que fuera especial, ya habían tenido que lidiar antes con animales estúpidos y sin escrúpulos, pero por norma general, no hacía falta más que una acción localizada o una ligera variación en su relación simbiótica para detener su avance descontrolado. A veces ni siquiera era necesario, se extinguían ellos solos, víctimas de su propia avaricia.
De entre todos los animales estúpidos y sin escrúpulos, este era un animal especialmente estúpido y sin escrúpulos. La controversia que generó la gran plaga de trilobites parecía ahora una reunión de la comunidad de vecinos comparada con la discusión que había en torno a qué demonios hacer con el puñetero homo stultus.
Presidía el foro su fitoplactaria magnificiencia. Fito para los amigos. El fitoplancton fue el primer nodo de la Red, y constitutía una red en sí misma de una envergadura mayor que la unión de todos los demás productores juntos.
—Como ya sabéis, tras meditar largamente… —Hizo una pausa dramática durante siete largos años, buscando los químicos exactos para expresar su disgusto. Los océanos se inundaron de su discurso, y en una tremenda explosión de sargazo que le ayudó a difundir la palabra, también se elevó a los cielos, llegando hasta el último rincón del planeta—. Hemos decidido que por primera vez en nuestra historia, es necesario que discutamos si debemos eliminar a un consumidor que ha ido demasiado lejos y está poniendo en peligro la estabilidad de la biosfera al completo. El homo stultus.
La subterránea red micorrícica de los bosques de todo el planeta se llenó de compuestos agresivos. Ese año morirían millones de insectos inocentes. Pero los insectos nunca se quejan, al año siguiente se procrearían con más tesón. Mientras tanto, esta primavera el polen llevaba codificada una encendida y alérgena respuesta.
—¡A buenas horas, brotes verdes! —contestó enfurecido su Arboleda —¡Leñe, Fito, que llevamos avisando desde que aprendieron a usar el fuego!¡Pero claro, tú bajo el agua ni caso!¡No te has movido hasta que te han tocado los alcalinos!¡Esos monos con ínfulas son unos desagradecidos y unos desalmados!¡Les dimos cobijo durante millones de años y desde que bajaron de nuestras copas no hacen más que dar por saco! ¡No son trigo limpio!
—Sin insultar —contestó el Trigorcado durante unos días, volcando su polen al aire con saña—. Vosotros los árboles os creéis los reyes del campo con vuestras altos troncos y vuestras profundas raíces. Pero fuimos nosotros quienes les domesticamos para que al menos hicieran algo de provecho. Y míranos, con los siglos nos han hecho más grandes y más fuertes. ¿Vosotros qué habéis hecho para pararles? Casi les provocamos más alergias nosotros que vosotros.
—No era nuestra intención insultar, era una frase hecha. Lo de las alergias está claro que no funciona, no captan las indirectas. Nosotros también lo hemos intentado. Les sueltas una advertencia y se creen que es un problema de su propio sistema inmunitario. Y con la domesticación a vosotros os está saliendo el tiro por la culata, no trates de ocultarlo. Por alguna razón os están haciendo estériles de un año para otro. A vosotros y a todo lo que cultivan. A algunos de nuestros frutales también les está pasando. No sé cómo, pero están aprendiendo a hacer nuestros trucos y creando trucos nuevos cada vez más repugnantes. No pararon con la perversión de los injertos. No pararán hasta controlarnos a todos. ¡O peor, hasta sustituirnos! Ahora plantan árboles que atrapan la luz como nosotros, y se conectan a sus ciudades en una especie de red micorrícica formada por otros árboles de metal a los que les zumban las ramas. A saber lo que transportan. Del suelo no sacan nada.
Entre el polen viajaba una voz débil, mucho más calma. Casi se perdía en la acalorada conversación, como suele pasar con los mensajes que pretenden llevar un poco de paz y sosiego en los altercados.
—Lo que llevan es energía. No solo han dominado el fuego. También el rayo, y no me extrañaría que pronto dominaran la lluvia. Haríamos mejor en llevarnos bien con ellos, al fin y al cabo no son todos tan malos. Algunos nos cuidan, nos traen alimento y agua, y nos ayudan con las plagas. Creo que deberíamos intentar comunicarnos con ellos y llegar a un acuerdo, puede que incluso salgamos beneficiados.
—¿Pero tú quién demonios eres para hablar en foro, a ver?¿Y quién te ha metido esas sandeces en la cabeza? —preguntó irritada su Arboleda.
—Parece mentira que estéis tan desconectados como para no reconocer a uno de tus disidentes, Arboleda —contestó el Trigorcado con sorna—. Es un pequeño bosque de encina de los tuyos, en el centro de la tierra de los conejos. Se ve que no todo es armonía entre los de tallo alto.
—Lo que parece mentira es que las encinas abran la boca ahora precisamente, y encima para defender a los simios. Los belloteros siempre han sido unos independentistas, porque no tienen memoria, literalmente. El jueguecito de fuego que se traen entre ramas con los pinos les habrá venido muy bien a ellos para quedarse su trozo de tierra, pero es imposible hablar con bosques que se olvidan del pasado cada pocos siglos.
—No sé de qué me habla, su Arboleda. Yo lo único que digo, en representación de los míos y de muy variadas especies en parques y jardines administrados por los simios, y con las que he tenido a bien a hablar, es que deberíamos darles una oportunidad. Creo que el camino es el diálogo, aunque será difícil. Por más que lo hemos intentado, no responden a nuestros patrones químicos. Y por su parte lo único que ha hecho algún estulto para intentar hablar conmigo es abrazarme, ¡son tan tiernos! Están tomando conciencia del daño que le hacen a la biosfera y poniéndole remedio. Incluso están liberando enormes cantidades de CO2 a la atmósfera para alimentarnos. Creo que lo hacen a modo de disculpa.
—Bueno, en lo del dióxido de carbono tienes razón —contestó su Arboleda—, hacía tiempo que no respirábamos un aire tan nutritivo. ¡Pero eso lo hacen quemando nuestros cementerios! ¡Sacan a nuestros ancestros del fondo de la tierra y de los mares para quemarlos! Además de ser una ofensa, pronto se les acabará, como todo lo que tocan, porque no tienen medida. No podemos dejarles el control de los recursos, y visto que a su vez ellos son incontrolables, doy mi voto a una extinción absoluta e inmediata del homo estultus.
—No se apresure, su Arboleda —interrumpió su fitoplactaria magnificiencia, mostrando su poder de control climático, dejando evaporar aquí y allá un poco más o un poco menos el agua de los mares, creando así patrones comprensibles para La Red en las nubes de todo el planeta en cuestión de horas—. La primavera se acaba. Les conmino a reflexionar su voto y emitirlo en la primavera del próximo año. Si entonces no hay unanimidad, esperaremos una década para reabrir el debate. Doy por cerrado el foro hasta el año que viene, si el Sol quiere.
En la red de productores de la biosfera, la política no es muy diferente a la nuestra. Al fin y al cabo, ellos lo empezaron todo. Así que como bien sabrán, reflexionar el voto no significa sopesar razonadamente los pros y los contras de cada una de las opciones que uno mismo puede ejercer con el voto propio. Es un eufemismo de comprar, terjiversar, amenazar, engañar, coaccionar, extorsionar, o incluso en casos extremos, matar, para cambiar el voto ajeno. Su Arboleda consideraba que este era un caso extremo.
—Como vuelvan a abrir la boca esos belloteros mesetarios nos va a tocar esperar otros diez años. Estoy pensando en prenderles fuego. Pero hace mucho tiempo que no intento controlar la lluvia a ese nivel y mis fuerzas están mermadas en esa zona. Sé que no nos llevamos muy bien, pero quiero pedirte un favor, necesitaría que pidieras más agua de lo normal para que se queden secos este verano.
—Su Arboleda —contestó el Trigarcado—, sin que sirva de precedente, los de tallo bajo estamos de acuerdo con usted en la eliminación de los primates, pero no será necesario que cometa dendricidio.
—Bueno, no exageres, no sería dendricidio, los incendios forman parte del círculo vicioso que tienen montado con los pinos. Para cuando renazcan ni se acordarán de lo que ha pasado.
—¿Pero es que no escucha, Arboleda? Le estoy diciendo que no va hacer falta. No van a hablar el año que viene. Su pequeño bosque representante ha muerto, y los belloteros de toda la zona están consternados y van a cambiar el voto. De los orgullosos esclavos de los parques y jardines no hay ni que preocuparse, no sabrían ponerse de acuerdo ni para compartir los rayos del sol entre ellos.
—Pero, ¿qué ha pasado?¿Cómo murió?
—Un homo stultus los ha talado. Al parecer ha sido uno de esos torturadores de césped que de cuando en cuando congregan a miles de otros monos para ver como pisotean a mis compañeros y ponerse a gritar como locos. Se ve que además de martirizar a mis pobres hermanos cortándolos a ras cada dos por tres para luego pisotearlos poniéndose puntas de metal en la planta de los pies, a este torturador también le va lo de talar encinas. Así que no tiene de qué preocuparse, ya le han hecho el trabajo.
—¡Magnífico! Entonces ya está. Habrá unanimidad. El año que viene nos libraremos de esos malditos monos.