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Kant y su obsesiva puntualidad

Lo principal en la vida de Kant era su rutina. Su existencia, al margen de su pensamiento, fue ni más ni menos que la de un autómata. Cada día de su vida era exactamente igual al anterior segundo a segundo. A las dos y diez pasaba por delante de la charcutería, a las dos y trece, por delante de la relojería. Su puntualidad era tal, que el mismo relojero ajustaba la hora de sus máquinas guiándose por su paso. Cualquier modificación o desvarío fuera de lo habitual lo desconcertaba tanto que le impedía pensar durante el resto del día.

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