Imaginemos por un momento que el compañero de viaje de la Tierra en su travesía por el Universo no fuera la Luna sino un cuerpo celestre gigantesco como Júpiter, el planeta más grande del sistema solar. Fantaseemos y supongamos además que este coloso estuviese a los mismos 384.400 kilómetros a los que se encuentra de media nuestro satélite favorito. ¿Qué sería lo que veríamos entonces cada vez que alzáramos la vista hacia el horizonte?
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