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El Jueves, Charlie Hebdo y la paja en el ojo ajeno

Todos recordamos las viñetas satíricas contra Mahoma en las que, con muy mala leche, se le colocaba en circunstancias y posiciones claramente humillantes para los musulmanes. Es la esencia de la sátira: tocar las narices a unos, provocar una sonrisa a otros y, de paso, transmitir un mensaje de denuncia. Yo no habría hecho esas caricaturas, porque ofendían los sentimientos más profundos de millones de personas, la inmensa mayoría de las cuales son pacíficas, rechazan la violencia y simplemente quieren vivir su fe. Pero era un ejercicio de libertad de expresión y debía respetarse.

Hoy han imputado al director de El Jueves por una sátira mucho menos hiriente: se ha limitado a sugerir que entre los antidisturbios se consume cocaína. Ni siquiera ha acusado a todos los antidisturbios, sino que se ha limitado a transmitir el mensaje de que, entre ellos, pasa. No es nada nuevo: yo lo he escuchado de la boca de muchísima gente, tanto de derechas como de izquierdas, tanto ajenos a la Policía como cercanos al Cuerpo (no lo he escuchado solamente en relación con la cocaína, sino con otros excitantes que, según me han dicho estas personas, algunos usan para hacer frente a la tensión de las cargas). No sé si será cierto, pero lo que puedo afirmar es que mucha gente lo dice desde hace mucho tiempo.

Pues bien, me ha indignado que muchos de quienes defendían las caricaturas de Mahoma, ahora piden condena penal para El Jueves. Para ellos es más grave hacer una viñeta sobre algo que es vox populi y que solamente se refiere a aquellos antidisturbios que consuman cocaína (no sabemos cuántos habrá) que realizar una sátira profundamente cáustica contra el profeta de una religión, ridiculizando y vejando los pilares de dicha fe y atacando con ello los sentimientos más profundos de los millones de personas que la abrazan. Pero claro, no puede compararse moros con heroicos agentes de la ley. Los unos no tienen derecho al honor, y los otros tienen derecho a imponer la censura.

Me asquea la hipocresía de quienes defienden la libertad de expresión en otros países y la niegan en el suyo propio.