En mi grupo de amigos había dos bandos. De un lado estaban los soñadores, los que se imaginaban literalmente a bordo de la Enterprise y se dedicaban a especular sobre situaciones imaginarias, involucrando naves espaciales que se alargaban hasta el infinito a medida que su velocidad se acercaba a la de la luz mientras que los relojes del puente de mando se detenían. Del otro estábamos los freakies del CERN, enganchados al Investigación y Ciencia y a todo lo que llegara del laboratorio en Suiza.
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