En muy pocas cosas se delata más la idiosincrasia social de un país que en los efectos de la jornada a tiempo parcial.
Donde el tejido económico y social es sano, el contrato a tiempo parcial sirve para que se puedan compatibilizar el trabajo y los estudios, el trabajo y la crianza de los hijos, el trabajo y la atención a personas dependientes o el trabajo y la poesía lírica. En esas circunstancias, el contrato a tiempo parcial es ideal para ambas partes: para el empleador, porque le permite tener una plantilla más flexible a las horas en que más lo necesita, en vez de tener que tirar de horas extras o sobrecargar a la plantilla habitual, y para el empleado, que se mantiene en el mercado, se recicla y gana un salario mientras se dedica, simultáneamente, a otra actividad.
El problema está en que ese Paraíso no es lo habitual.
El problema está en que el trabajo a tiempo parcial se utiliza, muy a menudo, para justamente lo contrario: contratar por seis horas y obligar a hacer ocho. Contratar pro cuatro horas teóricas, y que la jornada sea completa. Precisamente por la frecuencia de estas prácticas es por lo que se ha intentado que el control de horas sea obligatorio. Con resultados muy modestos, hasta hoy.
El contrato a tiempo parcial es, en la práctica, una puerta al fraude masivo contra el trabajador. Es una puerta de entrada al subempleo y a la pobreza. Es una espita estadística mediante la cual el Estado deja de considerarte parado aunque no ganes ni lo mínimo para vivir. Es la trampa para decir que vamos bien y salimos de la crisis cuando nos ha costado casi 10 años recuperar el número de horas trabajadas anterior a la crisis y estamos bajando de nuevo en ese crucial concepto. De eso va el gráfico que abres estas líneas.
Y además, el trabajo a tiempo parcial es una quiebra de una especie de acuerdo tácito: cuando hay mucha faena se trabaja mucho, y luego, en horas más bajas, se coge uno un respiro. Ahora no. Ahora en horas de mucho trabajo, trabajas como un animal. Y cuando la faena afloja (en tareas de atención al público, por ejemplo) te vas a la puta calle, que ha acabado tu jornada de 5 horas.
A esto tenemos que unir que el contrato a tiempo parcial se utiliza para compensar cualquier subida del salario mínimo: "850 ganabas, 850 vas a ganar. ¿Eso cuántas horas son?" Y el trabajador, que esperaba unos euritos, se encontró con que, en el mejor de los casos, salía media hora antes... En el mejor de los casos, insisto. El que no conozca ningún caso de eso, que levante la mano.
Como veis, no es el trabajo a tiempo parcial lo que es malo. Es nuestra sociedad lo que lo convierte en algo indeseable.
Ahí es donde hay que dar leña con las regulaciones. Ahí, y no en mamarrachadas, es donde hay que invertir el capital social de la presión social y mediática.
Porque ese capital no es ilimitado. No lo es.