“La ideología propone y el mercantilismo dispone, ¡trágica ironía de la historia universal!”
(Engels, de su artículo publicado en 1848 para la "Nueva Gaceta Renana")
Resulta al menos curioso observar ese repetido discurso, propio de cualquier nacionalismo, que trata de encontrar en la historia, en supuestas situaciones y realidades pasadas, su fundamento básico. Desde los nacionalismos propios de aquellas naciones ya existentes, hasta la exigencia de ese “derecho de las naciones a la independencia” (ahora transformado en ese “derecho de los pueblos a la autodeterminación”) para las propuestas de naciones no reconocidas, vemos como se suele basar la existencia y necesidad de la nación en una serie de supuestos hechos ocurridos en el pasado y que de alguna manera nos dicen que se proyectan hasta el presente. Pero permítanme una afirmación al respecto que contradiga esa justificación: ni las naciones, y ni siquiera las nacionalidades son algo eterno, algo inmutable. La constitución de los estados nacionales existentes, o de aquellos que lo fueron y dejaron de serlo, encuentran una justificación histórica en un momento y un lugar determinado, se deben, al fin y al cabo, a la existencia de unas condiciones materiales determinadas que condujeron y permitieron cierta organización, relaciones de producción, dominación territorial y hegemonía sobre la población y recursos. Pasado esos momentos históricos, llegan otros en los que aquellos nacionalismos fracasados, o aquellos que no se exigieron y ni siquiera se intentaron en su día pudiera ser que no fueran necesarios. Y diremos aún más: pudiera llegar un momento histórico dónde incluso lo que se requiera fuera precisamente la eliminación de cualquier estado nacional existente tal y como los conocemos.
El nacimiento de los primeros estados nacionales occidentales como monarquías absolutistas, allá por los siglos XV y XVI, cumplió una primera aportación a la evolución de la historia en tanto que asentó y confirmó la salida de toda esa oscura época mediaval feudal post-romana. Las relaciones económicas del feudalismo, básicamente centradas en una producción agraria autosuficiente, que permitía el consumo de toda esa producción dentro de esos pequeños territorios feudales y por tanto no necesitaba del comercio exterior, era la base que permitía toda esa división en tantos pequeños territorios, dónde los diferentes condes, duques, pequeños reyes y demás nobleza guerrera convertían en eternas las batallas por esos terruños, para después establecer unas infinitas trabas locales que no hacían sino impedir la circulación de bienes y personas por esos feudos. Pero a medida que la economía en las ciudades avanzó, comienza a florecer una burguesía, en principio artesana, que se ve obligada a luchar contra el sistema feudal en pro del crecimiento del comercio, encontrando en primer término las monarquías como su aliado. Este “protocapitalismo” encontraba en esos pequeños feudos un obstáculo para su expansión, y necesitaba de mayores territorios dónde se pudiera desarrollar los medios materiales de producción, lo cual necesita de unas leyes comunes a todo ese territorio y de una autoridad (la monarquía y sus ejércitos reales) que las protegieran: es el nacimiento de los primeros estados. Más adelante, ya a finales del S. XVIII, todo esto desembocaría en la exigencia de poder de esa burguesía, ya más poderosa, en detrimento de las monarquías, que no es otra cosa que el motivo histórico de la Revolución Francesa, y que iniciaría un proceso que culminaría a finales del S. XIX con el establecimiento del capitalismo hegemónico moderno y sus estados nacionales occidentales modernos. Vemos así como la existencia de estados se debe a necesidades materiales, y no a ningún supuesto “derecho de autodeterminación” o “derecho de los pueblos a decidir”, cosas muy bonitas articuladas en nuestras bocas pero que no se sabe muy bien dónde se encuentran.
Incluso una rápida ojeada a la historia del proceso de independentismo colonial nos mostrará que fueron condiciones muy concretas las que permitieron a las colonias la independencia de sus ocupantes: la creación de una burguesía local con ansias de gestionar y disfrutar de los beneficios de sus recursos, junto con crisis y guerras en los estados imperiales fueron aprovechadas por los movimientos independentistas. Para algunos casos más cercanos, especialmente en el proceso de descolonización africano, se llegó a una independencia sólo sobre el papel pero que en la práctica significaba (y aún en muchos casos significa) una total dependencia económica de las antiguas naciones ocupantes. De nuevo vemos aquí como son las circunstancias materiales las que permiten o no una real "independencia", ¿acaso alguien cree que es más independiente Ruanda que Holanda por el hecho de ser las dos jurídicamente "estados nacionales independientes"?
Debemos por tanto cuestionar que papel juegan hoy los estados nacionales en la evolución histórica, ¿han aportado algo positivo en los últimos 110 años, o por el contrario, han sido los nacionalismos el germen de algunas de las mayores atrocidades ocurridas?, ¿tienen hoy en día, dado el grado de evolución de la información, del transporte, en definitiva de la tecnología, algún sentido?, ¿existe justificación histórica que nos obligue a mantenerlos?, ¿que más pueden aportarnos?... Son preguntas que debemos hacernos, pero si acaso alguno de ustedes llegara a la misma conclusión que nosotros, es decir, que la necesidad de estados nacionales parece llegar a su fin tal y como hasta hoy los conocemos, ¿qué sentido tiene entonces todas esas nuevas reivindicaciones nacionalistas?, ¿en qué pueden ayudarnos?.
Desde que el capitalismo llegara a su pleno desarrollo, muy al principio del S. XX, pronto los estados nacionales nos mostraron como las grandes potencias se enzarzaron en guerras entre si, guerras sin ningún sentido histórico progresista, guerras de devastación dónde era la propia supervivencia del capitalismo lo que se perseguía, dónde millones de personas e ingentes cantidades de fuerzas productivas fueron destruidas para luego tener que volver a rehacerlas, y cuya consecuencia inmediata fue el reparto del mundo según la fuerza demostrada por cada una de ellas. Y como consecuencia de este reparto, los restos de pueblos antiguos, las diferentes nacionalidades o pequeñas naciones sin fuerza efectiva no han sido más que lo que las grandes potencias han querido que fueran; la supuesta independencia de todas ellas no es más que una distracción que esconde la hegemonía práctica de los grandes estados capitalistas sobre el resto de pueblos, naciones y estados. Y si no vean: ahí tenemos ese “Fondo Monetario Internacional (FMI)”, dónde un sólo miembro, USA, tiene derecho permanente de veto. Ahí tenemos a esas “Naciones Unidas”, que estarán muy unidas pero sólo cinco de sus miembros se reservan el derecho de veto, USA, Francia, China, Rusia, Reino Unido, todas potencias. Ahí tienen ese “Banco Central Europeo”, dónde Alemania con su único derecho de veto, impone las medidas a placer y que más le interesan en el caso de tener que lanzar el salvavidas a nuestras débiles economías. Y qué hablar de los nuevos estados surgidos en los Balcanes, el Cáucaso, el Báltico, Chequia o Eslovaquia, que tan pronto como consiguieron su independencia se presentaron en Bruselas para que las centralizarán económicamente. Piensen también en esto, ¿son igual de independientes hoy en día Grecia que Francia o Alemania?. Por supuesto podemos mirarnos aquí en la península el ombligo... “La ideología propone y el mercantilismo dispone, ¡trágica ironía de la historia universal!”, que diría Engels hace ya tiempo. La ideología, los sentimientos o un confuso razonamiento pueden proponer mil y un nacionalismos, pero las realidades materiales disponen hacia uniones económicas (véase la UE, véase el intento del TTIP o de cualquier otro tratado de este tipo), y la centralización económica conlleva la centralización política, muy a pesar de cualquier apariencia de independencia o aspiración nacionalista, tanto para las naciones ya existentes como para las de nueva exigencia. ¿Cuál es por tanto la razón de mantener esos sentimientos y sueños nacionalistas?, ¿a quién interesa mantener viva esa llama, ese disfraz de falsa independencia que quiere distraer a la población con cuentos y sueños en contra de sus reales intereses?, ¿quién quiere el conflicto nacional permanente, mientras por otro lado cimienta una auténtica hegemonía mundial, económica e intelectual?... Nosotros respondemos que a esos mismos corruptos oligarcas que no desean otra cosa que mantener sus privilegios. Este es el verdadero sentido de los nacionalismos hoy en día: impedir la unión de la mayoría de la población mediante el “odio mutuo” y el distanciamiento, no permitir que las gentes de diferentes territorios, pueblos, autonomías, idiomas, etc. puedan tener conciencia clara de sus intereses comunes: Lo que tratamos de advertir es que no son las relaciones jurídicas internacionales lo que queremos cambiar, ¿en qué puede ayudar la creación de esos pequeños estados a la liberación?. De llevarse a la práctica los anhelos nacionalistas, lo que consiguiríamos no sería la liberación de de las naciones, sino el refuerzo de su sometimiento a las grandes potencias capitalistas, aunque en apariencia exista una máscara de independencia.
Por todo esto queremos recordar las palabras de Rosa Luxemburgo, hoy igual o más vigentes aún que el día en que fueron presentadas:
“En la realidad, aunque como socialistas reconociésemos el derecho inmediato de todas las naciones a la independencia, el destino de las naciones no cambiaría un ápice por ello. En las condiciones sociales existentes, el ‘derecho’ de una nación a la libertad, así como el ‘derecho’ del obrero a la independencia económica, valen tanto como el ‘derecho’ de todo ser humano a comer en vajilla de oro […] Por la misma razón, la esperanza de solucionar todas las cuestiones nacionales en el marco capitalista asegurando a todas las naciones, razas y grupos étnicos la posibilidad de ‘autodeterminación’ es una completa utopía [...]El desarrollo de poderes mundiales, un rasgo característico de nuestra era moderna, y que adquiere cada día mayor importancia gracias al progreso del capitalismo, condena a priori a todas las pequeñas naciones a la impotencia política. Aparte de algunas de las naciones más poderosas, que lideran el desarrollo capitalista y poseen los recursos espirituales y materiales necesarios para conservar su independencia económica y política, la ‘autodeterminación’, es decir, la existencia independiente de naciones pequeñas, es una ilusión, y cada vez lo será más [...]Además, la política y la economía mundializadas -una condición para la supervivencia de los estados capitalistas - convierten a los pequeños estados europeos, políticamente independientes y formalmente iguales, en protagonistas mudos - y a menudo en chivos expiatorios - del escenario europeo [...]Desde este punto de vista, la idea de asegurar a todas las ‘naciones’ la posibilidad de autodeterminarse equivale a la perspectiva de abandonar el desarrollo del gran capitalismo para volver a los pequeños estados medievales, muy anteriores a los siglos XV y XVI [...]Las excepciones aparentes no hacen sino confirmar, tras un análisis más profundo, la conclusión de que el desarrollo moderno del capitalismo resulta irreconciliable con la auténtica independencia de todas las nacionalidades [..] Un intento general de dividir todos los estados existentes en unidades nacionales y delimitarlos según el modelo de estados y estaditos nacionales es una empresa sin esperanza y, desde el punto de vista histórico, reaccionaria.”
(Rosa Luxemburgo (1871 - 1918), La Cuestión Nacional, 1978, Ediciones “El Viejo Topo”).