En una noche de verano, casi quinientos años atrás, no es difícil imaginar la mezcla de fascinación y estupor de los incautos invitados que el príncipe Orsini había traído a su particular bosque, poblado por extraños delirios de piedra.Paso a paso, las antorchas descubrirían las colosales esculturas escondidas entre la maleza. Se dobla una esquina y una nueva sorpresa aparece, se sigue por un recóndito sendero y surge otro inesperado esperpento. Era un escenario que no estaba diseñado para gustar, sino para sorprender y dejar pasmado
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