En la belicosidad del par de miles de contramanifestantes del martes hay un componente sospechosamente selectivo que se da en nuestra sociedad. Si parece que Estados Unidos protagoniza un desmán hay que echarse airadamente a la calle para protestar, si lo hacen otros el tema es irrelevante (en estos momentos, mientras el sirio Assad sofoca a su pueblo, Rusia sigue entregándole armas, el tema aquí no preocupa). Con la Iglesia católica ocurre otro tanto. Con ella, la veda está abierta.
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