En mis primeros años de escuela debía de ser un niño muy ingenuo. Un chico, llamado Garnett, me llevó un día a una pastelería, y compró unos pasteles que no pagó, pues el tendero le fiaba. Cuando salimos le pregunté por qué no los había pagado, y, al instante, contestó «¿Cómo? ¿No sabes que mi tío dejó una gran suma de dinero a la ciudad, a condición de que todo comerciante diera gratis lo que quisiera quien llevara su viejo sombrero y lo moviera de una forma determinada?», y luego me enseñó cómo había que moverlo.
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