Hace ya una década, cientos de miles de ciudadanos comunes chinos, por temor a ser arrestados o torturados, han convertido sus casas en bases de lo que las autoridades chinas llaman, "propaganda reaccionaria" y lo que el resto de la gente considera como hechos verdaderos de su derechos a la fe y a estar libre de la persecución. A pesar de la largueza, profundidad y longevidad de la campaña, muchos en Occidente nunca escucharon hablar de ella.
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