No siempre muerto el perro, se acabó la rabia, y aquí sufrimos la desventura de una de esas fatídicas excepciones al refrán. Murió Franco, pero no el franquismo, es decir, el aparato social, político, económico, mental incluso, que se benefició de sus exacciones y desafueros sobre el común de la nación. No se hizo justicia testimonial a su muerte, ni justicia poética siquiera, y ahora hemos de pagarlo con la visión de ese franquismo recrecido que reivindica abierta y descaradamente la otra memoria, la del horror.
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