Si hubiera un Olimpo para los músicos de todos los tiempos, el más joven de sus dioses sin dudas sería Olivier Messiaen. Allí en lo alto, junto a Bach, Beethoven, Wagner, Mahler o Stravinsky, sus sonidos a la vez seductores y violentos, aéreos y macizos, refulgirían con el brillo de lo consagrado. Este francés es autor de una obra extensa, novedosa y genial, tanto que fue capaz de convidar al canto de los pájaros a unirse a la música humana, traduciendo los sonidos de las aves a la sistematización de las notas.
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