Los lectores habituales recordarán que casi mato a mi esposa hace un par de meses. Se quejaba de dolores de estómago y pensó que debía ir a urgencias. Probablemente no sea nada, le dije. Te cobrarán un millón de dólares por decirte que tienes una indigestión. Por suerte, ella no me hizo caso. Resulta que no tenía indigestión; tenía un mal apéndice que causó una emergencia médica. La factura para solucionarlo, que llegó la semana pasada, no era de un millón de dólares, pero era increíblemente alta.
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