Historias de un criador de hormigas eventual

Desde niño me apasionaba la extraordinaria complejidad de las hormigas, capaces de construir superorganismos donde cada individuo es sujeto y a la vez célula del inmenso cuerpo donde se integra. Así que el mes de mayo pasado me compré una colonia de hormigas y un hormiguero transparente donde criarlas. La experiencia me duró hasta agosto, momento en el que la colonia había crecido exponencialmente, las hormigas daban constantes muestras de querer escapar y, por ello, las solté bajo unos arbustos para que hicieran su vida en libertad desde entonces. He aquí los hitos de la colonia desde su fundación:

-Al principio, la colonia estaba integrada por la reina y unas 10 obreras que venían en un tubo de ensayo. En cuanto las solté, se introdujeron el hormiguero y eligieron como cámara central una celda que contaba con fuente de humedad propia (una seta sintética de la que también podían beber). En aquel primer momento eran tremendamente asustadizas, estaban siempre apelotonadas y cualquier mínima vibración las revolucionaba, sin que saliesen prácticamente al exterior. Pero pronto la reina empezó a poner huevos, como podéis ver aquí, y enseguida apareció una enorme larva que estaba llamada a ser la primera soldado de la colonia:

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Era especialmente gracioso que, en cuanto oía el menor ruido, la reina se ponía encima de los huevos para protegerlos y cogía entre sus mandíbulas la larva de la soldado.

-La primera hormiga en nacer era de tamaño medio, y como todas las recién nacidas tenía un color pardo que en pocas horas desaparecería para volverla indistinguible de sus hermanas

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-Pronto nació la primera soldado, y en este vídeo podéis ver los instantes previos a su nacimiento. Las hormigas comienzan siendo larvas, posteriormente pupas (con el aspecto de una hormiga momificada y en posición fetal) y finalmente hormigas adultas. Las hormigas nunca nacen solas, sino que reciben la ayuda de sus hermanas mayores, que les ayudan a romper la pupa y les asisten en sus primeros pasos

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-Aquí tenemos a la soldado cooperando en las tareas del hormiguero como una más. Tanto para el alimento como para el aseo, las hormigas son plenamente colaborativas. No es raro ver a una hormiga estirándose en plan relax mientras dos o tres le lamen todo el cuerpo. Igualmente, practican la trofalaxia, que consiste en regurgitar comida desde el estómago de una al de otra mediante un beso.

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-A finales de junio, ya eran suficientes como para salir de la cámara donde se concentraban inicialmente y ocupar todo el hormiguero. Aquí podéis verlas recogiendo comida (es muy llamativo que cuando encuentran algún alimento, nunca se lo comen fuera, sino que lo introducen al hormiguero rápidamente para compartirlo):

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-En julio comenzaron a nacer masivamente. Estos tres vídeos muestran el nacimiento completo de una obrera, así como sus primeros pasos (me recuerda a un ternero justo después de nacer):

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-Tras el nacimiento de unas 100 hormigas en pocas semanas, empezaron a dar muestras claras de querer abandonar el hormiguero (y eso que era enorme). Siempre había unas 10 o 15 mordisqueando la tapa, hasta el punto de que llegaron a quitarle el esmalte:

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-Y finalmente llegó el día en que decidí soltarlas. En aquella última etapa, a todas horas había no menos de 30 hormigas mordiendo la tapa simultáneamente a todas horas. Éste fue el último vídeo que les grabé:

www.facebook.com/jose.m.martinez.543/videos/vb.1163807305/102163768991

En alguna ocasión vi a una hormiga moribunda por enfermedad y vejez. Muchas se concentraban en torno a ella para lamerle y cuidarle en esos últimos momentos. Pero, tras morir, acababan comiéndose partes de ella (sobre todo el gaster). Son tremendamente prácticas: amparan a su hermana mientras esta viva, pero cuando ya no siente nada, aprovechan su cadáver.

A pesar de ser unas 300, el tamaño del hormiguero era más que suficiente para ellas en esa última etapa. Sin embargo, se notaba claramente que estaban deseando ampliar horizontes. Un insecto sin sol y tierra, en el fondo, es casi como un pez sin agua. Eso sí, reconozco que disfruté mucho observándolas, aunque el pensamiento que más me venía a la cabeza era el de la probable similitud entre ellas y nosotros. Muchas veces me pregunto si vivimos dentro de una campana transparente bajo el poder de una mano que la mueve a placer y unos ojos que disfrutan con lo que contiene. O si en vez de una hay varias campanas de cristal concéntricas, es decir, varias bolas que, de menor a mayor, se encuentran unas dentro de otras cual muñecas rusas, cada una con su hacedor que es dueño de su bola y esclavo de otra mayor en la que está encerrado.

El deseo de dominar, de mirar sin ser visto y de disfrutar el poder sobre otros, es innato al ser humano. Es incuestionable que millones de hombres vivimos en bolas de cristal controladas por otros seres humanos. Pueden romperse pero para ello es preciso alcanzar la convicción de que existen y tener el deseo de sobrepasar sus muros invisibles. Y habrá quien diga que esas bolas están dentro de otra mayor que es manejada desde el universo por seres superiores. Pero yo, de momento, sólo he identificado las terrestres. Y me hacen sentirme como una hormiga, salvo por el hecho de que nosotros, a diferencia de ellas, tenedemos a colaborar bastante poco en aras a la consecución del bien común.