A principios del siglo XX la velocidad nunca pasaba por la calle. Pero en la década de los años 20 y 30 la industria automovilística empezó a llenar las ciudades de coches. Los individuos no estaban acostumbrados a ver aparecer, de pronto, una máquina veloz sin dirección definida. Entonces no había espacios separados para humanos y máquinas. Los coches resultaban unos intrusos en la convivencia armónica de caminantes y bicicletas y, además, destruían la vida social que florecía en la calle desde las primeras civilizaciones...
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