Detrás de los barrotes oxidados de una prisión, dos hombres yacen en el suelo con trajes de faena de color azul claro. Un rayo de luz se cuela por una pequeña ventana en lo alto de la celda. Nada se mueve. De repente la música comienza a retumbar. Los hombres saltan y se cuelgan de los grilletes mientras el humo entra en la celda. Comienzan a cantar: “Nunca mires atrás, nunca te rindas”.
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