Si hay algo peor que ser un «niño-llave», es serlo en época de crisis. Pocos padres pueden costearse un cuidador o renunciar a horas de oficina. ¿La solución? Colgar a los hijos una llave al cuello y que pasen solos parte de su infancia. «No me atrevo a hablar de mis problemas con mis padres, no tengo confianza». «Mis padres no tienen ni idea de lo que me sucede». «Trabajan y no tienen tiempo para escucharme. Estoy pensando en marcharme a los 18 años». Frases como éstas pueden escucharse al otro lado del teléfono del menor de la Fundación...
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