Creo oportuno recordar la bonita historia de Helen Keller: nació en junio de 1880 en una pueblecito de Alabama, a los diecinueve meses tuvo una grave enfermedad que la dejó ciega, sorda y sin capacidad de habla. A través de Graham Bell acabó bajo la tutela de la profesora Anna Sullivan, toda una bendición, y poco a poco, enseñándole los objetos al tacto y poniéndole los dedos en la lengua para enseñarle a vocalizar, le enseñó a hablar tan bien que llegó a ser una gran conferenciante e iba por las mejores universidades hablando sobre integración
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