Aquellos dos niños que un día habían sido amigos desaparecieron por el desagüe de la memoria, que tanto sirve para recordar como para olvidar.
Viendo las partículas en suspensión, ajenas a toda gravedad, Fermín recordó, o la ironía recordó por él, lo que Demócrito decía del alma. Y lo que Demócrito decía era que el alma es un cierto tipo de elemento caliente, de forma esférica, comparable a una de esas motas de polvo que se dejan ver gracias a la luz de las rendijas.
He aquí incontables almas bostezando en el aire, sonrió Fermín. Pero se le torció la sonrisa, en esa distancia corta que lleva a la mueca, cuando se imaginó a sí mismo como una mota de polvo esférica y caliente, sólo visible gracias a un fugaz venablo de luz. Ese dardo tenía nombre y se llamaba Ana.
Cuando falleció el marido de Ana, y eso había sucedido un año antes, a punto estuvo de darse de puñetazos en los ojos para hacerles llorar. Hasta que asumió la realidad de que no estaba triste y pidió perdón a Dios.
En el lenguaje de su tío, ser tonto era ser cobarde. Si eres bueno, Fermín, venía diciendo, es por tu cobardía y no por tu valor. Tu bondad empieza donde tu miedo.
El alma de Xistra, pensó, era como un carcaj de flechas llevado en bandolera por una amazona superviviente.
Hay quien introduce barco en una botella. También he visto quien mete escaleritas. Pero el arte que más cautiva es el de meterse uno mismo. Cuando la botella se seca y tú estás dentro, echas de menos no tener la compañía de un barquito o una escalerita. La vida, desde el fondo de la botella, es como el haz de luz de una linterna de policía en los ojos. A mí me costó mucho, muchísimo trabajo, alzar la mirada, quizá porque no tenía ningún interés en hacer esa ruta de regreso a la vida. Me daba más miedo la gente que la bebida.
Citas de "Ella, maldita alma" Manuel Rivas