En abril de 2003, soldados del ejército colombiano de misión por la selva amazónica de San Vicente encontraron varios bidones enterrados entre la maleza con más de 45 millones de dólares y sin dueño aparente. Sus cuerpos fatigados, esperanzas frustradas y vidas arruinadas acababan de encontrar un remedio. Juraron silencio o muerte para proteger un secreto que pronto dilapidaron en putas, bebida y coches de lujo. Esta es la crónica y desenlace de una mala elección.
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