Casi no lo podía creer cuando descubrió que el reloj, de más de dos metros de largo, olvidado en la Santísima Trinidad, era idéntico al de la famosa catedral parisina... “¡Es increíble!. ¡Es la misma, la misma!”, repite mientras pule con la mano ennegrecida la placa de estaño que adorna el reloj: “Año 1867. Construido por Collin”, se puede leer. Es el mismo año que el de Notre Dame y el mismo taller, explica.
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