La PAH dio a conocer algunas cartas de suicidio en 2016. Esta es de Luisa (nombre ficticio), una arquitecta pacense en paro que tuvo que afrontar la muerte de su marido por leucemia y una hipoteca que no pudo pagar. El estrés por los impagos le provocó diferentes problemas psiquiátricos que nunca antes había sufrido. Los servicios sociales le quitaron la custodia de sus dos niños de 7 y 12 años un mes antes del desahucio. Dejó un sobre con 1800 euros para los críos y esta carta de despedida para su mejor amiga que escribió 4 días antes del desalojo. Después se ahorcó en la cocina. Tras su prosa desordenada, uno puede descubrir una poderosa y desesperada verdad: somos seres que teníamos todo para construir un mundo en el que ser felices y preferimos construir un mundo en el que competir.
"Nos recuerdo en la playa hace 4 años. Tan felices, tan ajenos a todo. Mamen, no entiendo nada de lo que ha pasado estos 4 años. Todo se ha derrumbado en tan poco tiempo...
No puedo más. Sabéis que he hecho todo lo que he podido. Pero este mundo se me ha hecho muy extraño. Llevo un año en el infierno, con un nudo en la garganta que me recuerda cada día mi fracaso. Como persona, como arquitecta, como madre. No soy capaz de levantar cabeza. Incluso me da ya igual que todo sea tan injusto y tan aleatorio. Eso lo hace todo más incomprensible, más doloroso, eso lo hace todo peor. Dicen que ahora soy peligrosa para mis niños.
Estoy muy cansada de seguir. Ya no siento nada positivo. Solo quiero irme y dejar de sufrir esta angustia. No duermo, no como, no soy persona. No puedo ayudar a mis hijos. No puedo darles amor y con eso si que no puedo vivir. Solo quiero irme a ese sitio en el que éramos felices y ya sé que nunca podré volver a él. Digo tonterías, perdóname. Pero lo que voy a hacer ahora no es ninguna tontería. Sé que nunca lo entenderéis, la única forma en que podrías entenderlo sería sintiendo todo lo que llevo dentro ahora. Si pudieseis sentirlo, os juro que todos tomaríais la misma decisión.”
Cada cinco horas se produce un desahucio en España.
Un estudio de la Universidad de Granada revela que el 88% de los desahuciados presentan ansiedad y nueve de cada diez sufren depresión. El Salto Diario revelaba que el crack financiero de finales de la década pasada produjo un aumento de suicidios del 8% entre 2005 y 2010, casi todos relacionados con los desahucios. Ese 8% se tornó en 17% en los siguientes cinco años. Después, se dejaron de tomar datos. Los sucesivos gobiernos no se sienten cómodos con los estudios de una problemática gravísima en el país que lidera mundialmente el consumo de antidepresivos y ansiolíticos.
Pero la PAH ha seguido investigando, caso por caso, e imputa al denominado terrorismo financiero más de 13.300 suicidios desde 2008 hasta 2015. Esta dura cifra representa algo menos del cincuenta por ciento de todos los que hay en el país. Lo que significa que la mala situación económica de los afectados o de sus familias es, en casi la mitad de las ocasiones, el origen de tan dramática decisión.
Es imposible negar la relación entre las consecuencias del capitalismo y la inmolación personal.
Los bancos han tenido un papel esencial en todo esto. No han activado fórmulas de ayuda social de ningún tipo para ayudar a personas que, no lo olvidemos, no dejan de ser clientes que, hasta donde pudieron, cumplieron con unas condiciones que, en España, son especialmente draconianas. Entidades a las que todos salvamos el culo en los peores momentos de las dos crisis, ejercen su sociopatía monstruosa, ayudados por una ley que siempre se pone de su lado. Una ley que no tiene en cuenta que, detrás de cada caso hay vidas, hay niños, hay muchísimo dolor y hay botones que al ser pulsados pueden convertirse en trágicas muertes. Es una forma de terrorismo. Sin duda lo es. Un terrorismo que solo cada trimestre, en este país, mata el equivalente a 40 años de ETA.
Un terrorismo que poco importa a los políticos. VOX y PP ya han votado en contra de las ayudas a la prevención del suicidio y a todo tipo de medidas contra los desahucios. Este terrorismo no da votos y eliminarlo, sería morder la mano que te da de comer o, lo que es peor, atacar a tu deudor. Las medidas anunciadas por el actual gobierno frente a los desahucios se han mostrado ineficaces y el número de desalojos vuelve a aumentar con total desenfreno.
Vivimos en un sistema malvado, creado y sostenido por gente malvada. Un caldo de cultivo de pura sociopatía, que nos hace crear barreras para evadirnos en nuestros cómodos mundos, pensando que ninguna de esas desgracias podría ocurrirnos a nosotros, tildando de irresponsables a los que se metieron en esas hipotecas.
“Nos recuerdo en la playa hace 4 años. Tan felices, tan ajenos a todo”. No hay más que bucear un poco en la realidad, para descubrir que nuestra alegría se asienta sobre cimientos muy frágiles y que, a veces, un pequeño error o una casualidad, puede transformar nuestro porvenir en un drama. Votamos y actuamos con la finalidad de mantener esa playa, con el objetivo de no tener que salir de ella. Ojalá todos quisiéramos hacer esa playa cada vez más y más grande, para que nunca nadie, tuviese que abandonarla.