Es duro vivir sin un objetivo, sin una esperanza de que la vida se convierta de algún modo en vocación o en destino. Es duro ver pasar el tiempo y sentir que tu existencia transcurre sin que puedas llevar otra cuenta que la de los días y los años, pero nunca de los hechos, de los logros, o de las satisfacciones.
Pero encontrar un destino puede a veces ser peor. Los que encuentran un destino son una especie peculiar de narcisistas que en vez de enamorarse de sí mismos se enamoran de ese destino que vendrá a darles sentido.
Porque entonces su vida se independiza de ellos y comienza a tener sus propios intereses, los que convienen al destino, y a tomar decisiones que perjudican al individuo pero son elegidos por ese poderoso destino.
Y tu destino es un cabrón que te lo pide todo pero no tiene la menor intención de mover un dedo por ti. Como tu vocación. Utilizan tu salud, tu energía y tus ganas de luchar para engrandecerse por su cuenta, pero no se preocupan de si duermes, de si comes ni de si eres feliz. Te exigen que viajes, que trabajes catorce horas, que te enfrentes a peligros e incomodidades, pero les da soberanamente igual si te deja tu pareja o, te apedrean o enfermas.
Las personas que tienen un destino se sienten responsables de él, pero el destino no se siente en absoluto responsable de ellas. Y las adorna con baratijas de vanidad hasta escupir su carcasa, como una araña con el insecto que ha caído en su tela.
Y sien embargo, ¿quién querría rumiar su vida en tres estómagos de indiferencia?