Posiblemente una de las primeras cosas que arrebatan las guerras a los pueblos, además de la estela de barbarie y destrucción, sea la pérdida de la sonrisa de los niños. De los más pequeños y frágiles, de los que no tienen otra arma para defenderse que sus manos diminutas, sus extremidades escuálidas y sin musculación, y una supuesta salvedad garantizada por el derecho internacional.
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