España es un país de momias insepultas por lo menos desde los tiempos del Cid, que ganó una batalla después de muerto: lo subieron al caballo, lo ataron a la silla y los moros huyeron despavoridos, aunque más que nada del pestazo a podre que iba espolvoreando el jinete. Franco intentó algo parecido y de hecho lo logró durante varios meses en que se mantuvo en vilo entre la vida y la muerte sólo porque los médicos no sabían cómo darle la noticia de su defunción, no fuese a pegarles un tiro.
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