Purgados los excesos de la burbuja crediticia y el sobre consumo que la acompañó, las empresas vuelven a hacer lo que tienen que hacer: ganar dinero y crear valor para sus accionistas. Se abre así un pequeño oasis en medio de la más absoluta desolación que presentan las cuentas públicas, machacadas por el déficit y el despilfarro de los políticos.
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