Todo está, pues, diseñado para que el gigantesco pastel del 51% del ahorro de los españoles, hoy depositados en las cajas bicentenarias, pasen a manos privadas, porque así lo han exigido los mercados omnipotentes. La obra social, a la que estas entidades destinan como mínimo el 25% de sus beneficios, quedará más temprano que tarde a discreción de unos accionistas para los que la prioridad será maximizar sus dividendos particulares.
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