Hablando del batacazo histórico que se ha metido Jeremy Corbin, y tras leer algunos artículos al respecto, me gustaría dejar aquí un par de reflexiones sobre por qué la gente humilde desconfía de los partidos de izquierda. No es filosofía. No es sociología. Es simple experiencia y conocimiento de la naturaleza humana.
En primer lugar, creo, a la gente que se levanta a las seis de la mañana no le gustan las cositas gratis que se reparten porque sí. En teoría podría pensarse que les encantan, pero en realidad no les gustan. No está en su ética ni en su modo de ver el mundo. No se creen que sean para ellos y no las aprueban. El currito que se levanta a las seis no está a favor de las paguitas, de las rentas de integración, de las soluciones habitacionales ni de las viviendas subvencionadas. Y no lo está porque esas cosas casi nunca son para él. Mira a su alrededor y no se las dan nunca ni a él ni a los que son como él. Se las dan a otros tipos humanos muy diferentes.
Hay viviendas de protección oficial, sí, y ayudas a la dependencia, y rentas de integración, y ayudas familiares, y plazas gratuitas de guardería... Pero su experiencia es que siempre se las dan a otros. Y conoce a algunos de los que las cobran. Y sabe de qué va el percal. Y cuanto más conoce y más sabe, menos contento está. De hecho, ya no está nada contento. Porque no se trata ya sólo de las cosas que se dan, sino de quién gestiona esas cosas, quien las concede o las deniega, y a quién se dan o por qué.
Y luego viene lo de pagarlas. Porque al currito le dicen que todas esas cosas las tienen que pagar los ricos. Pero sabe que los ricos no pagan una mierda, o que hay pocos ricos. Y que la gente que recibe esas paguitas y esas viviendas las considera un derecho, algo suyo que no se le puede quitar. La gente que amarra uno de esos regalitos se agarra a él como una lapa y exige que para lo suyo tiene haber, y si no tiene que salir de donde sea, y cuando sea, pase lo que pase. Y el currito que madruga sospecha que para seguir pagando las viviendas protegidas que él nunca recibe, las plazas de guardería que nunca le conceden y las rentas de integración que él jamás ha olido, van a acabar yendo a por lo suyo. Poco a poco. Como sea, pero a por lo suyo, porque a por de los ricos no pueden ir, o no quieren, o no hay tanto ricos como parece.
Así que el currito desconfía de la gente que quiere generar más derechos llamados sociales, que al final son más gastos generales, porque desconfía de que sea él quien acabe pagando todo lo que el dan siempre a los demás y nunca a él.
Y desconfía de las cosas que deberían ser públicas, y no por las cosas en sí, sino por quienes se supone que van a mandar en ellas cuando sean públicas. ¿Quién va a gestionar todo eso que dicen que es de todos? ¿Los políticos? Venga hombre, ni de coña.
Y así, con estos razonamientos pedestres, el currito llega a la conclusión de que es mejor votar a la derecha, para que no den nada a nadie, para que su vecinos se vaya a tomar por culo como él, y para que la zorra que le llamó violador porque sí, por lo menos no tenga un sueldo del ayuntamiento. Y de paso que se jodan los niñatos del patinete y el perrito, coño, que ya está bien de estorbar y dar la brasa.
No pido que os guste: sólo que entendáis que así funciona.