Un canadiense graba, para gente de ciudad, cómo en los pueblos del noroeste de España siguen controlando de principio a fin la producción de su propia comida. Y los cerdos no se matan solos. Ni las gallinas, ya puestos: "Hay veces que me repele así un poquito, pero yo le doy el cacharrazo", confiesa una mujer de pómulos rosados.
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