[...] La respuesta tiene que ver con la tosecita de Francisco Franco: cuenta la leyenda que cuando el generalísimo veía una película, expresaba su desagrado hacia ciertas escenas con una imperceptible tosecilla. De que la tos del caudillo no desembocara en bronquitis o ataque de ira se encargaba un ejército de censores, que formaron "una de las maquinarias más implacables, extensas y arbitrarias del siglo XX"
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