Durante 30 años, la clase alta de Manhattan pagó buenas cantidades de dinero para oír a esta mujer robusta masacrar melodías: la diva del alboroto, la condesa de la cacofonía. En sus recitales semi-privados se disfrazaba de su Ángel de la Inspiración con un vestido largo de tul, una diadema y un par de alas
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