La antigua tradición popular dictaba que recios varones (ya en vías de extinción) que en casa eran incapaces de fregar un plato o freír un huevo hacían de maestros paelleros y no dejaban que se acercara ninguna mujer. Por lo tanto lo primero que hace falta para la paella campestre es un idiota dispuesto a currar y a sudar mientras todos los demás disfrutan del día en el campo. La única recompensa que le enjabonen su ego dicéndole que le salen muy buenas y así pasar por alto que estaban acabando con las existencias de la nevera portátil ...
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